martes, 17 de mayo de 2011

Cuestión de simultaneidad


Ilustraciòn de Felipe Sànchez Hincapiè

¿Qué sería del mundo sin la radio? Esa pregunta daría para todo tipo de respuestas. A Orson Wells, en 1938, de nada le hubiera servido hacer la guerra de los dos mundos y burlarse de la ingenuidad de muchos oyentes, si no hubiera tenido a su disposición el lenguaje radial.

Trasladándonos al presente, muchos darían su punto de vista: desde el vigilante que pasa las noches en vela acompañado del sonido que emite su fiel radio de transistores, el taxista que mientras deambula por las calles, en búsqueda de algún pasajero, se deleita con la música o escucha atento las noticias, hasta los trabajadores y estudiantes que en el bus o en el metro se olvidan de la monotonía de sus deberes.

Con solo escuchar radio basta para que nos olvidemos por un momento de esa realidad que a veces nos agobia, o estar al tanto de ella, hacer que nuestra imaginación nos traslade al lugar de los hechos y sentir su compañía, para que el silencio no nos sea tan incomodo. Pero ¿Qué pensaría alguien si aparte de escuchar puede ver lo que pasa en una cabina radial? Hasta hace unos minutos, antes de escribir estas palabras, no me lo había imaginado. Pero mientras conversaba con un amigo por facebook pude darme cuenta que ahora los límites entre lo sonoro y lo visual se han derrumbado, y que solo pareceré una cuestión de simultaneidad, todo gracias a la panacea de este siglo XXI: Internet.

Curioso, le di clic al enlace y me quede boquiabierto. Ver la cabina donde se emite el programa El cartel de La Mega, de RCN radio, no me sorprendió tanto. Lo que si me dejo perplejo fue como la modelo Jessica Narváez, bailaba impúdicamente un reggaeton y deleitaba a los asistentes al foro , quienes le enviaban elogios virtuales para nada pudorosos. Los locutores, de quienes no se sus nombres porque la verdad no escucho ese programa ni me interesa hacerlo, miraban complacientes como bailaba ante ellos y después se tomaban fotos con ella, como si tuvieran a su lado a uno de sus ídolos.

No quiero ser moralista, pero es innegable que muchos medios de comunicación se pasan de lo burdo y después de ver y escuchar esto, pude corroborarlo. Tampoco quiero hacer una proclama feminista, ya se ha dicho mucho sobre la explotación del cuerpo de una mujer y después de aplaudir esas airadas críticas, seguimos siendo participes de ese morbo. Refutar la falta de ética de los locutores de ese programa, y de muchos otros, parece que de nada sirve cuando se pone por encima el espectáculo.

Lo que si me llama la atención es la doble moral de todo esto. Por un lado nos indignamos de la falta de escrúpulos de los medios de comunicación y por el otro celebramos hasta la saciedad sus contenidos. Los culpamos pero al mismo tiempo los absolvemos, nos quejamos y a la vez no hacemos nada para corregir sus errores.

Los medios de comunicación se han vuelto un circo romano, donde a costa de un esclavo que sería comido por los leones, se le brindaba al público unas pequeñas dosis de entretenimiento. A costa de nuestra dignidad es que nos siguen saturando con lo mismo y embelesados con ese placebo, si acaso diremos que eso está mal, pero con la seguridad de que nos seguirá entreteniendo.

En La tía Julia y el escribidor, hermoso libro del escritor Mario Vargas Llosa, mientras uno leía como Varguitas trataba de mantener un romance a escondidas con su tía Julia, Pedro Camacho nos cautivaba con sus historias delirantes, emitidas por las ondas limeñas y que hacían suspirar a las señoras, obreros y tías del joven Varguitas. Quien haya leído esa novela recordara aquellos momentos en que la radio lo hiso soñar y sentir esas historias, que por melodramáticas que fueran, eran un alivio a esa realidad a veces tan caótica. Ahora parece que lo mejor será pasar el dial y creer que estamos soñando, a pesar de escuchar, y ver al mismo tiempo, algo que nada se aleja de nuestras pesadillas.

Felipe Sánchez Hincapié

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